Tuve el inmenso honor, y la dicha, de verte en tu último paso por aquí, tu amada Buenos Aires. Me quedé sin palabras frente a tu mirada franca y tu voz, apenas audible.
Me dejaste, como a todos, la inmensa dimensión de tu palabra. La SEÑORA, seguro te seguirá visitando como lo hizo en este bello caso:
GOTAN
Esa mujer se parecía a la palabra nunca,
desde la nuca le subía un encanto particular
una especie de olvido donde guardar los ojos,
esa mujer se me instalaba en el costado izquierdo.
Atención yo gritaba atención
pero ella invadía como el amor, como la noche,
las últimas señales que hice para el otoño
se acostaron tranquilas bajo el olaje de sus manos.
Dentro de mí estallaron ruidos secos,
caían a pedazos la furia, la tristeza,
la señora llovía dulcemente
sobre mis huesos parados en la soledad.
Cuando se fue yo tiritaba como un condenado,
con un cuchillo brusco me maté,
voy a pasar toda la muerte tendido con su nombre,
él moverá mi boca por última vez.
martes, 11 de marzo de 2014
LA TRISTEZA DE LA PARTIDA DEL MAESTRO JUAN GELMAN
Publicado por Leonor Farías en 13:33 0 comentarios
Qué bueno un premio!!
CERTAMEN NACIONAL DE POESÍA “HUGO MANDÓN”- 2011 de la SADE Santa Fé. (Espero que forme parte de un próximo libro)
Publicado por Leonor Farías en 13:02 0 comentarios
miércoles, 23 de noviembre de 2011
MI NUEVO LIBRO: PAÑUELOS DE PAPEL
El editor y la presentadora acompañándome en el café Motserrat
PAÑUELOS DE PAPEL
Aclara
las celosías se despliegan(plegándose)
el resol se filtra
desde el vértice de la esquina
hasta el respaldo del sillón de paño
afuera ensordece el tránsito.
Uno por uno
veintinueve escalones de mármol
(con un descanso)
en la antesala la esencia
y los cuadros
junto al espejo
que guarda tantas lágrimas.
La postergación de los abrazos
el deambular de las ánimas
las monótonas diatribas
(entre los muros íntimos)
En los bordes
pañuelos de papel
se amontonan como cuentas de un collar de ágatas.
La luz se atenúa en el rincón del regazo
la alondra titubea al abrigo de la mansarda
aunque no hay presagios teme a la pregunta
¿dónde anidar cuando acabe el verano?
Publicado por Leonor Farías en 7:30 0 comentarios
martes, 29 de junio de 2010
Publicado en premio "Karma Sensual 5"
ELLOS
- Quiero verte. Resonó en el auricular.
- Yo también. ¿En el bar de siempre a las ocho?
- Estaré allí aguardándote, y a Ella le repicaron cascabeles en el vientre.
A tiempo, frente a frente, están sus miradas. Las palabras, un vaho y el roce que conforta sus pieles.
Luego, más miradas (ahora con codicia); otras palabras, sugestivas, intrigantes. El vaho se hace un bálsamo y el roce de los nudillos envoltorio de manos.
Los dos, no importa quienes, separados por una mesa y unidos por un pacto. Arriba los ojos hacen su trabajo, intenso y fecundo. Sobre el mantel humean los cafés, fuertes y azucarados. Debajo, las rodillas, hablan en un dialecto sin vocablos.
Con un tono de apremio se escucha: ¡Mozo la cuenta!, y El, con secreta autoridad, le dice: vamos, mientras se yergue con la mano en el bolsillo y despliega las sienes con un gesto de viril vanidad.
Ella entiende el mensaje y asiente, sin remilgos ni reparos.
Al levantarse, los ojos desafían, las frases no hacen falta; después, en el andar, el perfume de mujer se mece desde los pasos hasta las palmas.
Tiembla, pero no de miedo; suda por los pliegues de la falda.
El detiene un taxi. Al trasponer la puertecilla, otra mirada, (ahora es de lascivia) y la palabra obscena es una voz de mando.
Adentro, las pieles en guardia y los botones, pese a la presencia de un extraño, quieren zafarse.
- Quiero penetrarte, y los dos se ríen mirando al de adelante.
- ¿Falta mucho?, le pregunta con goloso disimulo.
- Voy a comerte, insiste, y Ella no puede evitar el sonrojo de goce que le produce advertirle la entrepierna abultada y su propia humedad mojándola.
El conductor permanece al margen, tanto como los transeúntes que circulan por las calles, ajenos a lo que están tejiendo el hombre y la mujer.
Por fin han llegado, tampoco importa a donde. Nada los separa ahora, se han dicho todo lo necesario. En su idioma: se han mirado, se han olido, se han deseado. Los cuerpos no necesitan más que eso para dialogar; son el portavoz de sus almas que cocinan a fuego lento un potaje con los sabores del celo.
El no espera, la silencia con su lengua contra el muro y, firme, le dice: desvestite. La orden irrumpe como la lluvia sobre el cántaro.
Ella siente su desnudez con impudicia. Presiente las yemas a la altura de las nalgas. Su pelvis late, los pezones se erizan y cierra los ojos para verse mejor el deseo cuando arranca.
En el lóbulo un susurro la deshonra. La bocanada de intimidad y un pellizco, en el borde del elástico, la exaltan. Es la mano de El que, con avidez, ha comenzado a buscarla por los húmedos corredores que lo conducirán al santuario.
Las lenguas investigan cada resquicio. A intervalos, ansiosos pero con pausas, se van encontrando y en un torrente de fluidos se cuece el manjar que comerán sin platos.
Poros erectos, los párpados que suben y bajan. Jadeos, olores, sacudones y una agonía que aferra los puños de Ella a las sábanas.
Lo demás, no hace falta contarlo. Ellos se comerán, acabarán, se correrán, al unísono o disgregándose y, una vez más, no será lo importante.
En la bifurcación del grito con la risa confluyen, y la muerte, por un instante, huye de la buhardilla en partículas rojas, negras y blancas.
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jueves, 28 de enero de 2010
Publicados en la Antología de Antimusa
SEMANA
De lunes a viernes, cuando el reloj apura el paso, las labores demandan y a veces el mercado. Esos días, aclara más temprano, el teléfono suena con alguna insistencia y el espejo se pone en automático.
Y que no sea asueto, que el placard acuda con sus mandatos claros, que se cumpla el horario y el escritorio, sin flores, descolle en malabares.
De lunes a viernes, siempre que sea hábil, pasa una vida.
Como un carnaval prosaico con pancartas de un tiempo que marca el calendario. Vertiginoso, sin lugar para peinados, ajuares, menús ni perfumes inquietantes.
Por detrás, domingo, sábado o feriado, pasa otra.
La galería de umbrosa parsimonia, con sus fantasmas y gaviotas.
Allí me apronto, por si acaso florezcan las magnolias.
MARIPOSA
A mi abuela
¿Por qué te llaman Mariposa?
Te pregunté subida en el banquito cuando el agua tibia me salpicaba el delantal de tela y los zapatos guillermina.
Se acercaba la hora de la siesta y de las historias del abuelo que sonreía sobre la cómoda.
Me hablabas de tus amigas. Yo miraba tus manos que tanto se asemejan a las mías de ahora. Cuando las masajeo, dedo por dedo, me vuelve el aroma de los trapos calientes y el tintineo de aquel collar de perlas.
Te gustaban las castañuelas y probarme vestidos sobre la cama de tu pieza
Yo me quedaba quieta entre hilvanes y alfileres, ubicada para mirarme en el reflejo de tus lentes.
Del ovillo a la escoba, de los aros a la sopa caliente. El salto de cama y el vertiginoso taconeo, no debíamos llegar tarde a la misa de las nueve.
¿Por qué te llamaban Mariposa?
me arrimé sin mirarte
y en el aire revoloteaba a colores
el perfume de tu talco de gardenias.
Publicado por Leonor Farías en 8:20 0 comentarios
lunes, 30 de noviembre de 2009
OTRA MENCION
Certamen Nacional de poesía "Hugo Mandón 2009"
de la Soc. Argentina de Escritores (SADE) sección Santa Fé
LAS SOBRAS
Lo que queda del día
el último sorbo de la copa/ los restos en el plato de comida
Lo que pasó de moda
el pañuelo manchado/ la raída camisa
lo que ha quedado chico/ lo que nadie usaría
Un pasaje caduco/ el diario del miércoles pasado
algún minuto
por ahí/ a las perdidas
El frasco sin remedio/ una bala servida
la cita con apuro/ sonrisa de mentiras
el pago de la alcoba/ por unas pocas horas
Las bolsas que se sacan en vigilia.
No tesoros/ ni diplomas/ ni limosnas
lo que se quiere dar/ sin pensar y sin bulla
el descarte/ la basura
de eso ya tengo suficiente
de eso me sobra.
Agradecida y emocionada, recibo el premio de la afectuosa gente de la SADE de Santa Fe
Publicado por Leonor Farías en 6:59 1 comentarios
lunes, 26 de octubre de 2009
ELLAS
ALEJANDRA PIZARNIK
EN ESTA NOCHE, EN ESTE MUNDO
A Martha Isabel Moia
en esta noche en este mundo
las palabras del sueño de la infancia de la muerte
nunca es eso lo que uno quiere decir
la lengua natal castra
la lengua es un órgano de conocimiento
del fracaso de todo poema
castrado por su propia lengua
que es el órgano de la re-creación
del re-conocimiento
pero no el de la resurrección
de algo a modo de negación
de mi horizonte de maldoror con su perro
y nada es promesa
entre lo decible
que equivale a mentir
(todo lo que se puede decir es mentira)
el resto es silencio
sólo que el silencio no existe
no
las palabras
no hacen el amor
hacen la ausencia
si digo agua ¿beberé?
si digo pan ¿comeré?
en esta noche en este mundo
extraordinario silencio el de esta noche
lo que pasa con el alma es que no se ve
lo que pasa con la mente es que no se ve
lo que pasa con el espíritu es que no se ve
¿de dónde viene esta conspiración de invisibilidades?
ninguna palabra es visible
sombras
recintos viscosos donde se oculta
la piedra de la locura
corredores negros
los he recorrido todos
¡oh quédate un poco más entre nosotros!
mi persona está herida
mi primera persona del singular
escribo como quien con un cuchillo alzado en la oscuridad
escribo como estoy diciendo
la sinceridad absoluta continuaría siendo
lo imposible
¡oh quédate un poco más entre nosotros!
los deterioros de las palabras
deshabitando el palacio del lenguaje
el conocimiento entre las piernas
¿qué hiciste del don del sexo?
oh mis muertos
me los comí me atraganté
no puedo más de no poder más
palabras embozadas
todo se desliza
hacia la negra licuefacción
y el perro de maldoror
en esta noche en este mundo
donde todo es posible
salvo
el poema
hablo
sabiendo que no se trata de eso
siempre no se trata de eso
oh ayúdame a escribir el poema más prescindible
el que no sirva ni para
ser inservible
ayúdame a escribir palabras
en esta noche en este mundo
OLGA OROZCO
EN LA BRISA, UN MOMENTO
—¡Ya se fue! ¡Ya se fue!—se queja la torcaza.
Y el lamento se expande de hoja en hoja,
de temblor en temblor, de transparencia en transparencia,
hasta envolver en negra desolación el plumaje del mundo.
—¡Ya se fue! ¡Ya se fue!—como si yo no viera.
Y me pregunto ahora cómo hacer para mirar de nuevo una torcaza,
para volver a ver una bahía, una columna, el fuego, el humo de la sopa,
sin que tus ojos me aseguren la consistencia de su aparición,
sin que tu mano me confirme la mía.
Será como mirar apenas los reflejos de un espejo ladrón,
imágenes saqueadas desde las maquinarias del abismo,
opacas, andrajosas, miserables.
¿Y qué será tu almohada, y qué será tu silla,
y qué serán tus ropas, y hasta mi lecho a solas, si me animo?
Posesiones de arena,
sólo silencio y llagas sobre la majestad de la distancia.
Ah, si pudiera encontrar en las paredes blancas de la hora más cruel
esa larga fisura por donde te fuiste,
ese tajo que atravesó el pasado y cortó el porvenir,
acaso nos veríamos más desnudos que nunca, como después del paraíso que perdimos,
y hasta quizás podríamos nombrarnos con los últimos nombres,
esos que solamente Dios conoce,
y descubrir los pliegues ignorados de nuestra propia historia
cubriendo las respuestas que callamos,
incrustadas tal vez como piedras preciosas en el fondo del alma.
Todo lo que ya es patrimonio de sombras o de nadie.
Pero acá sólo encuentro en mitad de mi pecho
esta desgarradura insoportable cuyos bordes se entreabren
y muestran arrasados todos los escenarios donde tú eres el rey
-un instantáneo calco del que fuiste, un relámpago apenas-
bajo la rotación del infinito derrumbe de los cielos.
Fuera de mí la nube dice “No”, el viento dice “No”, las ramas dicen “No”,
y hasta la tierra entera que te alberga,
esa tierra dispersa que ahora es sólo una alrededor de ti,
se aleja cuando llamo.
¿Cómo saber entonces dónde estás en este desmedido, insaciable universo,
donde la historia se confunde y los tiempos se mezclan y los lugares se deslizan,
donde los ríos nacen y mueren las estrellas,
y las rosas que me miran en Paestum no son las que nos vieron
sino tal vez las que miró Virgilio?
¿Cómo acertar contigo,
si aun en medio del día instalabas a veces tu silencio nocturno,
inabordable como un dios, ensimismado como un árbol
y tu delgado cuerpo ya te sustraía?
Aléjate, memoria de pared, memoria de cuchara,
memoria de zapato.
No me sirves, memoria, aunque simules este día.
No quiero que me asistas con mosaicos, ni con palacios, ni con catedrales.
Húndete, piedra de la Navicella, junto al cisne de Brujas,
bajo las noches susurradoras de Venecia.
Sopla, viento de Holanda, sobre los campos de temblorosas amapolas,
deshoja los recuerdos, barre los ecos y la lejanía.
No quiero que sea nunca para siempre ni siempre para nunca.
Juguemos a que estamos perdidos otra vez entre los laberintos de un jardín.
Encuéntrame, amor mío, en tu tiempo presente.
Mírame para hoy con tus ojos de miel, de chispas y de claro tabaco.
Sé que a veces de pronto me presencias desde todas partes.
Tal vez poses tu mano lentamente como esta lluvia sobre mi cabeza
o detengas tus pasos junto a mí en pálida visitación conteniendo el aliento.
He conseguido ver el resplandor con que te llevan cuando te persigo;
he aspirado también, señor de las plantaciones y las flores,
el aroma narcótico con que me abrazas desde un rincón vacío de la casa,
y he oído en el pan que cruje a solas el pequeño rumor con que me nombras,
tiernamente, en secreto, con tu nuevo lenguaje.
Lo aprenderé, por más que todo sea un desvarío de lugares hambrientos,
una forma inconclusa del deseo, una alucinación de la nostalgia.
Pero aun así, ¿qué muro es insoluble entre nosotros?
¡Hemos huido juntos tantos años entre las ciénagas y los
tembladerales
delante de las fieras de tu mal
cubriendo la retirada con el sol, con la piel, con trozos de la fiesta,
con pedazos inmensos del esplendor que fuimos,
hasta que te atraparon!
Anudaron tu cuerpo, ya tan leve, al miedo y al azar,
y escarbó en tus tejidos la tiniebla monarca con uñas y con dientes,
mientras dábamos vueltas en la trampa, sin hallar la salida.
La encontraste hacia arriba, y lograste escapar a pura pérdida, de caída en caída.
Aún nos queda el amor:
esa doble moneda para poder pasar a uno y otro lado.
Haz que gire la piedra, que te traiga de nuevo la marea,
aunque sea un instante, nada más que un instante.
Ahora, cuando podrás mirar tan “fijamente el sol como la muerte”,
no querrás apagarlo para mí ni querrás extraviarme detrás de los escombros,
por pequeña que sea mirada desde allá,
aun menos que una nuez, que una brizna de hierba, que unos granos de arena.
Y porque a veces me decías: “Tú hiciste que la luz fuera visible”,
y otra vez descubrimos que la muerte se parece al amor
en que ambos multiplican cada hora y lugar por una misma ausencia,
yo te reclamo ahora en nombre de tu sol y de tu muerte una sola señal,
precisa, inconfundible, fulminante, como el golpe de gracia que parte en dos el muro
y descubre un jardín donde somos posibles todavía,
apenas un instante, nada más que un instante,
tú y yo juntos, debajo de aquel árbol,
copiados por la brisa de un momento cualquiera de la eternidad.
ALFONSINA STORNI
DEJAME
No pensaré otra vez del mismo modo
Déjame andar, déjame andar a curvas.
Contradicción, contradicción es todo
…
Deja que viva y que el error me doble,
Bello es errar y confesar el yerro;
Virtud que no se prueba no es la noble.
…
Déjame andar, correr, moverme libre;
Llore, blasfeme, rece, cante, ría,
Sucumba, implore, me desmaye y vibre.
Deja que a mi designio me someta,
Oh tú, feliz, que por las calles pasas…
¡Ya habré de estarme para siempre quieta!
IDEA VILARIÑO
EL ENCUENTRO
Todo es tuyo
por ti
va a tu mano tu oído tu mirada
iba
fue
siempre fue
te busca te buscaba
te buscó antes
siempre
desde la misma noche
en que fui concebida.
Te lloraba al nacer
te aprendía en la escuela
te amaba en los amores de entonces
y en los otros.
Después
todas las cosas
los amigos los libros los fracasos
la angustia los veranos las tareas
enfermedades ocios confidencias
todo estaba marcado
todo iba
encaminado
ciego
rendido
hacia el lugar
donde ibas a pasar
para que lo encontraras
para que lo pisaras.
CLARICE LISPECTOR
Soy hábil en eso de crear teoría. Yo, que vivo empíricamente. Yo dialogo conmigo misma: expongo y me pregunto sobre lo expuesto, expongo y replico, hago preguntas a una audiencia invisible y ésta me anima a proseguir con sus respuestas. Cuando me miro de fuera hacia adentro, soy una corteza de árbol y no el árbol. Yo no sentía placer. Después de recuperar mi contacto conmigo me fecundé y el resultado fue el nacimiento alborotado de un placer en todo diferente a lo que llaman placer
Publicado por Leonor Farías en 12:24 0 comentarios